Innovación Estancada: Lecciones de los Nobel y la Crisis de Transferencia en Chile

El reciente Premio Nobel de Economía otorgado a Joel Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt por su trabajo sobre el crecimiento económico impulsado por la innovación y la destrucción creativa refuerza una verdad que trasciende fronteras: la prosperidad sostenida de un país depende de su capacidad para transformar conocimiento en disrupción productiva.

Chile enfrenta hoy una tensión que estos Nobel anticiparon teóricamente: producimos conocimiento, pero no logramos convertirlo consistentemente en crecimiento. La evaluación del Programa de Transferencia Tecnológica de la Dirección de Presupuestos (DIPRES), que calificó los resultados como “insuficientes” por la ausencia de métricas orientadas a impacto, es un síntoma estructural, no un problema operativo. Es la señal de que nuestro ecosistema no está aplicando los principios del crecimiento endógeno que los nuevos laureados demostraron como esenciales para el progreso moderno.


La Triple Falla de la Intermediación Tecnológica

El “atasco” chileno en la transferencia tecnológica —particularmente entre los niveles TRL 4 a 7, donde la ciencia aplicada debería transformarse en producto o empresa— refleja tres fallas que contradicen los pilares del crecimiento innovador descritos por Mokyr, Aghion y Howitt.

1. Desconexión en el Flujo Epistémico (Mokyr)

Mokyr sostiene que el progreso económico depende del flujo continuo entre el conocimiento proposicional (“saber por qué”) y el conocimiento prescriptivo (“saber cómo”).
En Chile, ese flujo se interrumpe dentro de la academia: los incentivos siguen privilegiando el paper indexado sobre el prototipo validado, y la colaboración entre científicos, ingenieros y emprendedores sigue siendo excepcional más que sistémica.

El resultado es un ecosistema donde la generación de conocimiento no dialoga eficazmente con la aplicación práctica, reproduciendo lo que Mokyr llamaría una “sociedad de conocimiento encapsulado”.

2. La Evasión de la Destrucción Creadora (Aghion & Howitt)

Aghion y Howitt demuestran que el crecimiento sostenido ocurre cuando nuevas tecnologías desplazan a las antiguas, generando lo que Schumpeter describió como “destrucción creativa”.
En Chile, el sistema de transferencia ha tendido a evadir ese riesgo. Muchos HUBs y OTLs (Oficinas de Transferencia y Licenciamiento) operan como intermediarios pasivos, esperando que el mercado asuma el riesgo de escalar tecnologías académicas. Se licencian patentes, pero rara vez se lidera el proceso de incubación o se acompaña el salto crítico hacia la validación industrial.

A esto se suma un desequilibrio de roles: se espera que el investigador se convierta en emprendedor, cuando lo que se requiere es colaboración especializada entre quien domina el conocimiento (TRL 1-3) y quien sabe gestionarlo hasta el mercado (TRL 4-9).
Esa falta de simetría bloquea la dinámica de reemplazo tecnológico que Aghion y Howitt identifican como el corazón del crecimiento moderno.

3. La Paradoja de los Incentivos Individuales

El tercer obstáculo es cultural e institucional. La colaboración genuina —la que convierte ideas en impacto— se ve obstaculizada por incentivos que priorizan el income individual (prestigio académico, posición institucional o rédito político) sobre el impacto colectivo.
Cuando compartir crédito o riesgo se percibe como una pérdida, el sistema se fragmenta, y el conocimiento queda atrapado en silos.
Como advierte Mokyr, las sociedades que progresan no son las más ricas en talento, sino las que permiten que el conocimiento circule sin fricciones ni jerarquías obstructivas.


Del Portafolio de Patentes al Diseño de Valor

Para romper el estancamiento, Chile necesita profesionalizar la gestión del riesgo de mercado y redefinir su infraestructura de transferencia. Las lecciones de los Nobel apuntan a un cambio conceptual: pasar de medir “actividad científica” a medir “capacidad de disrupción”.

  1. Redefinir el Rol de las OTL y HUBs
    Estas entidades deben evolucionar de ser administradores de portafolios a ser arquitectos de modelos de negocio. Su tarea no termina con una patente licenciada; comienza con el diseño estratégico de cómo esa tecnología puede generar valor económico, social o ambiental.
    Un HUB moderno no busca sólo licenciar: conforma equipos híbridos que combinan ciencia, ingeniería y gestión, y acompaña el proceso de escalamiento tecnológico.
  2. Financiamiento Basado en Impacto, no en Ejecución
    El financiamiento público debería dejar de premiar la ejecución del proyecto y comenzar a premiar la validación del modelo de negocios.
    Así como Aghion enfatiza la competencia y la selección dinámica, el Estado puede adoptar ese principio premiando proyectos que demuestren efectos multiplicadores —no sólo gasto eficiente.
    El modelo de negocios debe convertirse en el plan maestro, no el formulario administrativo.
  3. Formación de Emprendedores Tecnológicos Especializados
    Chile necesita una nueva figura profesional: el emprendedor tecnológico capaz de tomar tecnologías ajenas, diseñar propuestas de valor y gestionar el riesgo de transferencia.
    Las universidades, en alianza con agencias de fomento, deberían integrar esta formación como eje estratégico. No se trata de enseñar a todos a emprender, sino de crear un puente profesionalizado entre la ciencia y el mercado.

El Giro Cultural que Demanda la Destrucción Creadora

La teoría de Mokyr nos recuerda que la innovación florece donde hay apertura cultural al cambio y tolerancia al fracaso.
Chile necesita no sólo rediseñar sus instrumentos, sino también reconfigurar su narrativa sobre el riesgo y la disrupción.
Un país que protege el status quo no puede aspirar a la creación destructiva que renueva industrias.
Requiere políticas que incentiven la experimentación, financiamiento que tolere errores y métricas públicas que valoren el impacto más que el cumplimiento.


Conclusión: Del Income al Impacto

La lección de los Nobel es contundente:

El impacto —la disrupción— es la causa del crecimiento; el ingreso es sólo su efecto.

Si Chile aspira a transitar de una fábrica de papers a una potencia de soluciones tecnológicas, sus políticas de innovación deben alinear incentivos, riesgo y cultura hacia la creación de valor real.
Reorientar métricas, profesionalizar la transferencia y aceptar la destrucción creativa como motor, no como amenaza, es la ruta que marca la economía de la innovación en el siglo XXI.

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